miércoles, 17 de abril de 2013

Fracaso anunciado

La homosexualidad se encuentra totalmente descartada de mi vida. No es que alguna vez haya contemplado la posibilidad. Pero siempre es bueno saber que una tiene opciones ¿no? Si, entiendo perfectamente que somos mujeres y debemos de permanecer unidas. Sin embargo, es momento de hacer un descargo porque por mujeres como las que tengo en mi vida, jamás me volvería lesbiana. A propósito, expreso mi admiración para los hombres y mujeres que sostienen una relación amorosa con una mujer. Esto me lleva a entender por qué tantos hombres se vuelven homosexuales, es obvio ¡Se cansaron de tratar de entendernos!

Cada conversación que mis amigas tienen con sus hombres, termina copiada y pegada en mi casilla de correo. Luego de un análisis semiótico me preguntan qué pienso. Sinceramente, pienso que deben de dejarme en paz. Otro punto y del que me quejo amargamente, es esa complicidad que buscan para hablar de sus movimientos intestinales; todas se estriñen y adoran hablar de eso. Se sienten en confianza plena para hablar si van al baño en la mañana o en la noche. Definitivamente, hay información que considero innecesaria. Luego están los problemas imaginarios, el llanto porque le dijo “buenos días” y olvidó decir “buenos días, amor”. Genera esa maldita pregunta “¿crees que ya no me quiere?”.

Sin duda, yo fracasaría como lesbiana. Por lo tanto, de no triunfar en la heterosexualidad, sólo me queda empezar a ver a mis gatos como posibles compañeros sexuales.

domingo, 14 de abril de 2013

Mermelada de Arándano

“No me ocupo por mi felicidad, de eso te encargas tú. Yo me ocupo de la tuya” Hugo Finkelstein.


Me enamoré de él como quien pasa por una vitrina y ve unos hermosos zapatos; fue una compra por impulso. No lo necesitaba pero tenía que tenerlo. Cuando mis ojos se toparon con él, sabía que tenía que ser mío. Sin embargo, a diferencia de los zapatos; las personas no vienen con una garantía. Es decir, no podemos hacer devoluciones (hay una excepción con adopciones). Una vez en casa te das cuenta que aquellos maravillosos zapatos se veían mas lindos en la vitrina; no es tarde, puedes regresar y pedir una devolución completa de tu dinero.

Cuando lo conocí decía que uno de los momentos más relajantes para él, era lavar platos (ni su madre le hubiera creído). Unos meses más tarde; estábamos frente al fregadero tirando una moneda para ver quien se atrevía a escalar la montaña de trastes con semanas de antigüedad. Nunca olvidaré ese desayuno cuando después de untar la mermelada lamió la cucharita y la volvió a meter en el pote; mi cara de horror se igualaba a cuando veo a hombres cortarse las uñas en los buses. No, definitivamente me di cuenta tarde que este hombre no venía con garantía ni instrucciones pero sí con letra extra chica. Si, aquí no había devoluciones. Y, para ser justos, pienso que mis constantes llantos sobre problemas reales o imaginarios además de las sesiones tortuosas de lectura en voz alta a las que lo sometía; seguro que estaban entre los primero ítems de sus quejas a servicio al cliente.

No, nadie nos obliga a seguir juntos. Es paradójico, la maravilla de nuestra relación radica en que cualquiera de los dos puede decir en cualquier momento “basta”. Sin embargo, ninguno lo dice. Nada me asegura, a mí, que este hombre en unos años puede ser un hijo de puta a quien encontraré en la cama con otra. No puedo ser soberbia y pensar que es perfecto – lo dejé de pensar cuando su saliva empezó a macerar la mermelada de arándano. No obstante, amo a este hombre y puedo hacer dos cosas: odiarlo porque será un canalla mal parido en el futuro o amarlo por el gran hombre que es en el presente.

Confiar, que difícil que es eso ¿no? Sin embargo, es el único consejo que doy siempre. Lo único que nos une es querer que uno este en la vida del otro. Las probabilidades de tener un final feliz son las mismas que terminar quemando sus casacas Adidas en una gran fogata el día de San Valentín.

jueves, 4 de abril de 2013

Pongase en mis zapatos

Adiós silencio, camino por un pasillo (con la gracia de un bebé de flamingo). Mis pasos golpeando el suelo anunciando mi llegada, cómo un caballo galopando sobre el cemento. Los tacos número nueve han generado cuatro bajas dentro de mi noble batallón de diez soldados. Las curitas se despegan de mi piel, las heridas en mis talones son las marcas de una guerra en contra de la feminidad corporativa, perdí. Es oficial, he renunciado al anonimato del cual una vez gozaron mis pasos. Mis pies viven el luto y lloran lágrimas de sangre recordando esos momentos felices cuando su planta se acomodaba dentro de un maravilloso par de converse. Mientras trato de sostenerme y conservar el equilibrio, mis uñas entran en huelga y parece que cada una tuviera pulso propio.

Llego a casa, olvido todos los placeres de la vida; mi mente sólo se enfoca en una meta y esa es liberarme lo más pronto posible de ese calzado sadomasoquista. Una vez libre, por mi boca salen sonidos de placer, cualquiera podría pensar que estoy teniendo el mejor orgasmo de mi vida. Huyo por todo el departamento, me escondo de la mirada inquisidora de mis viejas zapatillas, puedo sentir  cómo los pasadores me señalan diciendo: “te lo dije”. De pronto, el horror, mis dedos sanguinolentos y ampollas rellenas de líquido son vestigios de la masacre.  Caigo en un profundo sueño producto de la impresión, me pierdo al cerrar los ojos; imagino a Lucifer sosteniendo un par de tacos y dándome la bienvenida en la puerta del infierno (así debe de ser el averno, lleno de mujeres llorando sus pecados y caminando en taco doce, condenadas por toda la eternidad).

Suena el despertador, me entrego al capitalismo y maldigo el momento en que Adán y Eva mordieron la manzana. Es momento de salir y enfundar mis pies en esos zapatos taco nueve. Miro mis meñiques y todo se ve tan claro, eso de amputarlos suena, ahora, tan coherente (Alzo la mirada en busca de un objeto punzo cortante). Las inyecciones de silicona ya no son un disparate;  permitiría hasta implantes de plastelina (¡oh! Qué bien se sentiría). Subo a un micro, me siento y agradezco a Dios por haber encontrado descanso. De pronto, una anciana me pide un poco de cortesía; el dolor de una mujer en taco nueve supera el respeto por los de avanzada edad, embarazadas o niños. Casi tentada por decirle que estaba gestando, mi conciencia me detiene y le sonrió a la vieja mientras pienso “ya a esta edad ni deberían de dejarla salir”. Me tambaleo para no caer en cada frenada brutal del inconsciente conductor. Una vez en el trabajo, mi vejiga me ruega descargarla. Es otro día, mis pasos se anuncian solos.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Dedicandome

Tengo un serio problema que se irá macerando con los años. Se trata de las dedicatorias que dejas en cada uno de los libros que con amor escoges para mí. Estaba entretenida, terminando de atragantarme con “Los Conejos Blancos” de Leonora Carrington; uno de las recomendaciones de Cortázar – si él lo sugiere, así no me guste, me lo como-.

Pude oír, su pequeña voz preguntando “¿mamá, quien era Diego?” mientras sus pequeñas manitos sostienen ese libro con una de tus dedicatorias. Antes de responderle, reflexionaría en la mala decisión que tomamos cuando la inscribimos en el colegio y maldeciría el día en que aprendió a leer.  Luego quitaría, suavemente, el texto de entre sus dedos, abriría la primera página y recordaría a “Diego”. Pensaría en la incomodidad de su padre al oír esa pregunta; lo imaginé con una sonrisa socarrona y atento, esperando mi respuesta. Entonces, la cargaría y la sentaría en mi regazo, le acariciaría la cabeza y le susurraría con nostalgia “un amigo de mamá”. Después me sentiría aliviada pero al mismo tiempo preocupada pensando en el día que crezca y comprenda que los amigos no escriben dedicatorias que terminan con un “te amo”.  Entonces, descubriría que mamá no sólo amo a papá sino que hubo alguien más de quien se enamoró hasta perder la razón. Rompería su corazón saber que papá no fue el único en su vida. Esa pequeña dedicatoria, esa indiscreción romántica tuya, atentaría contra la despreocupación propia de su calidad de “hija” para con la felicidad de uno de sus padres.

Al terminar el día, me iría a dormir, soñaría contigo y recordaría por qué nos separamos. Miraría al lado de la cama a mi esposo por unos segundos  y  me sentiría segura. Sigo sin entender por qué luego de tantos años guardé ese libro. El día siguiente, dirigiría mis pasos sigilosos al  estante en busca del libro, releería la dedicatoria y volvería a acariciar a esos conejos blancos de Leonora. Las siguientes noches ese libro que una vez sostuvieron tus manos se convertiría en un artículo de primera necesidad en la mesa de noche. Mi esposo demostraría indiferencia por la nueva adición al dormitorio; pensaría que luego de tantos años es sólo un intento para despertar celos adolescentes en su corazón. Finalmente para restarle interés me preguntaría si encontré satisfactoria mi lectura; le daría un beso y le diría que la encontré fascinante. Se acomodaría en la cama mientras dice en voz alta que le parece un capricho volver a leer una historia de la cual ya sé el final. Cómo explicarle que no paso de la primera página.

Me veo obligada a dejar de soñar despierta; forzada a regresar a la realidad porque la crueldad de la ficción me despertó a patadas. Sin embargo, a mi regreso esa dedicatoria aún sigue esperando de pie en la página número uno ¿Aún no te das cuenta de lo que has hecho, verdad? Esa inocente muestra de amor vertida en tinta nos ha condenado a mi indolente epifanía. Es imperante que proteja a mi familia ficticia, a mi inexistente hija de la desilusión y a mi imaginario esposo del desamor. Por lo tanto, la única solución para evitar la catástrofe narrada es que tanto el libro y yo nos condenemos a no separarnos de ti. Cuando te invada el delirante pensamiento que estoy enamorada de ti, detente por un momento y recuerda que sólo soy una madre protegiendo a su hipotética familia.





jueves, 7 de marzo de 2013

Señoras y Señores

Repudio a los candidatos políticos de las redes sociales. Aquellos que se valen de sus diez dedos para hacer gala de su pobre ortografía; esos que redactan largas críticas sobre la sociedad actual y cuya gran satisfacción radica en el número de “me gusta” obtenidos. La portátil virtual, patéticos intentos de llamar la atención y elevar pasiones. ¿Dónde quedaron los bríos de su juventud? La verdadera pasión que hace invadir las calles para alzar una voz de protesta al unisonó con un fuerte reclamo.

Maravilloso fervor, ese de sentarse frente a una computadora y crearse un grupo donde 200 idiotas despotrican sobre cómo resolver los problemas actuales del país. Pero, por supuesto, quien tiene tiempo y sangre valiente para andar exponiéndose en la calle o encadenándose a la estatua de un prócer si al día siguiente hay que marcar tarjeta a las 8 de la mañana.  

Jugar al crítico social, es un insulto, una patada para verdaderos jóvenes que se atrevieron en su momento a revolucionar al mundo ¿De qué sirve azuzar el debate actualmente? “Los viejos a la tumba y los jóvenes a la obra”; definitivamente Gonzales Prada no se refería a los cacasenos que ahora dicen preocuparse por el país con sus mensajes imbéciles en sus estados de facebook ¡Que viva esta fantástica intolerancia!

martes, 5 de marzo de 2013

Afiche



"Fue culpa del amor, dan ganas de balearse en un rincon. "

Estoy viviendo una ansiedad ajena; sentimientos prestados. Al parecer soy de esos seres empáticos; lo cual es maravilloso porque este descubrimiento me posiciona como un individuo en una escala superior en relación a otros – sin duda eleva mi autoestima y despierta mi egocentrismo-. Otra relación se termina, “una cama se llena y otra se vacía”.

Me desanima enterarme del fin de una relación; quizás porque cargó aún el divorcio de mis padres y revivo mis traumas infantiles. Acepto que me pongo triste cuando por azares del destino se extravía el par de una media. De pronto, pienso en que la media está de luto y atraviesa por una viudez producida por una inclemente lavadora, una cruel secadora o un díscolo cesto de basura.

La infelicidad y dolor son gripes contagiosas; estoy tratando de bajar la fiebre de una ruptura pero en el intermedio estoy sufriendo los estragos. Me siento un misionero que fue a ayudar leprosos y se infecto por su buena voluntad. El avión del amor sufre otro desperfecto, buscamos con desesperación la caja negra y me encuentro frente a frente con los escombros, prometiendome a mi misma que mi medio de transporte de ahora en adelante será a pie. 

“El amor es la cosa más triste cuando se acaba”; “¿por qué terminaron?” Creo que la pregunta escapa de ser parte de un tabloide amarillista. Muchos queremos una respuesta para poder evitar esa catástrofe emocional. Sin embargo, aún no hay una receta para erradicar una posible fecha de caducidad.

“De amor nadie se muere”; a pesar de grandes excepción como la del pobre Werther. “Todo pasa, nos acordamos pero todo pasa”;  y sin darte cuenta cinco años más tarde te lo cruzas por la calle y no sientes nada (gran día ese). No obstante, días como hoy toca velar un amor muerto y cuchichear “Pero eran tan felices”. Si estan tus cosas pero tú no estas...