martes, 5 de marzo de 2013

Afiche



"Fue culpa del amor, dan ganas de balearse en un rincon. "

Estoy viviendo una ansiedad ajena; sentimientos prestados. Al parecer soy de esos seres empáticos; lo cual es maravilloso porque este descubrimiento me posiciona como un individuo en una escala superior en relación a otros – sin duda eleva mi autoestima y despierta mi egocentrismo-. Otra relación se termina, “una cama se llena y otra se vacía”.

Me desanima enterarme del fin de una relación; quizás porque cargó aún el divorcio de mis padres y revivo mis traumas infantiles. Acepto que me pongo triste cuando por azares del destino se extravía el par de una media. De pronto, pienso en que la media está de luto y atraviesa por una viudez producida por una inclemente lavadora, una cruel secadora o un díscolo cesto de basura.

La infelicidad y dolor son gripes contagiosas; estoy tratando de bajar la fiebre de una ruptura pero en el intermedio estoy sufriendo los estragos. Me siento un misionero que fue a ayudar leprosos y se infecto por su buena voluntad. El avión del amor sufre otro desperfecto, buscamos con desesperación la caja negra y me encuentro frente a frente con los escombros, prometiendome a mi misma que mi medio de transporte de ahora en adelante será a pie. 

“El amor es la cosa más triste cuando se acaba”; “¿por qué terminaron?” Creo que la pregunta escapa de ser parte de un tabloide amarillista. Muchos queremos una respuesta para poder evitar esa catástrofe emocional. Sin embargo, aún no hay una receta para erradicar una posible fecha de caducidad.

“De amor nadie se muere”; a pesar de grandes excepción como la del pobre Werther. “Todo pasa, nos acordamos pero todo pasa”;  y sin darte cuenta cinco años más tarde te lo cruzas por la calle y no sientes nada (gran día ese). No obstante, días como hoy toca velar un amor muerto y cuchichear “Pero eran tan felices”. Si estan tus cosas pero tú no estas...