"Fue culpa del amor, dan ganas de balearse en un rincon. "
Estoy viviendo una ansiedad
ajena; sentimientos prestados. Al parecer soy de esos seres empáticos; lo cual
es maravilloso porque este descubrimiento me posiciona como un individuo en una
escala superior en relación a otros – sin duda eleva mi autoestima y despierta
mi egocentrismo-. Otra relación se termina, “una cama se llena y otra se vacía”.
Me desanima enterarme del fin de
una relación; quizás porque cargó aún el divorcio de mis padres y revivo mis
traumas infantiles. Acepto que me pongo triste cuando por azares del destino se
extravía el par de una media. De pronto, pienso en que la media está de luto y
atraviesa por una viudez producida por una inclemente lavadora, una cruel
secadora o un díscolo cesto de basura.
La infelicidad y dolor son gripes
contagiosas; estoy tratando de bajar la fiebre de una ruptura pero en el
intermedio estoy sufriendo los estragos. Me siento un misionero que fue a
ayudar leprosos y se infecto por su buena voluntad. El avión del amor sufre otro desperfecto, buscamos con desesperación la caja negra y me encuentro frente a frente con los escombros, prometiendome a mi misma que mi medio de transporte de ahora en adelante será a pie.
“El amor es la cosa más triste
cuando se acaba”; “¿por qué terminaron?” Creo que la pregunta escapa de ser
parte de un tabloide amarillista. Muchos queremos una respuesta para poder
evitar esa catástrofe emocional. Sin embargo, aún no hay una receta para
erradicar una posible fecha de caducidad.
“De amor nadie se muere”; a pesar
de grandes excepción como la del pobre Werther. “Todo pasa, nos acordamos pero
todo pasa”; y sin darte cuenta cinco
años más tarde te lo cruzas por la calle y no sientes nada (gran día ese). No
obstante, días como hoy toca velar un amor muerto y cuchichear “Pero eran tan
felices”. Si estan tus cosas pero tú no estas...