“No me ocupo por
mi felicidad, de eso te encargas tú. Yo me ocupo de la tuya” Hugo Finkelstein.
Me enamoré de él
como quien pasa por una vitrina y ve unos hermosos zapatos; fue una compra por
impulso. No lo necesitaba pero tenía que tenerlo. Cuando mis ojos se toparon
con él, sabía que tenía que ser mío. Sin embargo, a diferencia de los zapatos;
las personas no vienen con una garantía. Es decir, no podemos hacer
devoluciones (hay una excepción con adopciones). Una vez en casa te das cuenta
que aquellos maravillosos zapatos se veían mas lindos en la vitrina; no es
tarde, puedes regresar y pedir una devolución completa de tu dinero.
Cuando lo conocí
decía que uno de los momentos más relajantes para él, era lavar platos (ni su
madre le hubiera creído). Unos meses más tarde; estábamos frente al fregadero
tirando una moneda para ver quien se atrevía a escalar la montaña de trastes
con semanas de antigüedad. Nunca olvidaré ese desayuno cuando después de untar
la mermelada lamió la cucharita y la volvió a meter en el pote; mi cara de
horror se igualaba a cuando veo a hombres cortarse las uñas en los buses. No,
definitivamente me di cuenta tarde que este hombre no venía con garantía ni
instrucciones pero sí con letra extra chica. Si, aquí no había devoluciones. Y,
para ser justos, pienso que mis constantes llantos sobre problemas reales o
imaginarios además de las sesiones tortuosas de lectura en voz alta a las que
lo sometía; seguro que estaban entre los primero ítems de sus quejas a servicio
al cliente.
No, nadie nos
obliga a seguir juntos. Es paradójico, la maravilla de nuestra relación radica
en que cualquiera de los dos puede decir en cualquier momento “basta”. Sin
embargo, ninguno lo dice. Nada me asegura, a mí, que este hombre en unos años
puede ser un hijo de puta a quien encontraré en la cama con otra. No puedo ser
soberbia y pensar que es perfecto – lo dejé de pensar cuando su saliva empezó a
macerar la mermelada de arándano. No obstante, amo a este hombre y puedo hacer
dos cosas: odiarlo porque será un canalla mal parido en el futuro o amarlo por
el gran hombre que es en el presente.
Confiar, que
difícil que es eso ¿no? Sin embargo, es el único consejo que doy siempre. Lo
único que nos une es querer que uno este en la vida del otro. Las
probabilidades de tener un final feliz son las mismas que terminar quemando sus
casacas Adidas en una gran fogata el día de San Valentín.