domingo, 14 de abril de 2013

Mermelada de Arándano

“No me ocupo por mi felicidad, de eso te encargas tú. Yo me ocupo de la tuya” Hugo Finkelstein.


Me enamoré de él como quien pasa por una vitrina y ve unos hermosos zapatos; fue una compra por impulso. No lo necesitaba pero tenía que tenerlo. Cuando mis ojos se toparon con él, sabía que tenía que ser mío. Sin embargo, a diferencia de los zapatos; las personas no vienen con una garantía. Es decir, no podemos hacer devoluciones (hay una excepción con adopciones). Una vez en casa te das cuenta que aquellos maravillosos zapatos se veían mas lindos en la vitrina; no es tarde, puedes regresar y pedir una devolución completa de tu dinero.

Cuando lo conocí decía que uno de los momentos más relajantes para él, era lavar platos (ni su madre le hubiera creído). Unos meses más tarde; estábamos frente al fregadero tirando una moneda para ver quien se atrevía a escalar la montaña de trastes con semanas de antigüedad. Nunca olvidaré ese desayuno cuando después de untar la mermelada lamió la cucharita y la volvió a meter en el pote; mi cara de horror se igualaba a cuando veo a hombres cortarse las uñas en los buses. No, definitivamente me di cuenta tarde que este hombre no venía con garantía ni instrucciones pero sí con letra extra chica. Si, aquí no había devoluciones. Y, para ser justos, pienso que mis constantes llantos sobre problemas reales o imaginarios además de las sesiones tortuosas de lectura en voz alta a las que lo sometía; seguro que estaban entre los primero ítems de sus quejas a servicio al cliente.

No, nadie nos obliga a seguir juntos. Es paradójico, la maravilla de nuestra relación radica en que cualquiera de los dos puede decir en cualquier momento “basta”. Sin embargo, ninguno lo dice. Nada me asegura, a mí, que este hombre en unos años puede ser un hijo de puta a quien encontraré en la cama con otra. No puedo ser soberbia y pensar que es perfecto – lo dejé de pensar cuando su saliva empezó a macerar la mermelada de arándano. No obstante, amo a este hombre y puedo hacer dos cosas: odiarlo porque será un canalla mal parido en el futuro o amarlo por el gran hombre que es en el presente.

Confiar, que difícil que es eso ¿no? Sin embargo, es el único consejo que doy siempre. Lo único que nos une es querer que uno este en la vida del otro. Las probabilidades de tener un final feliz son las mismas que terminar quemando sus casacas Adidas en una gran fogata el día de San Valentín.