domingo, 21 de abril de 2013

Defensa Impropia

Mi madre siempre ha sufrido de mil manías, entre ellas, no tolera que las personas la “sobajeen”, como suele decir. Cada vez que se encuentra pronta a enfrentar una multitud recalca lo repugnante que es sentir pieles ajenas frotándose con la propia (aún no me queda claro cómo logró reproducirse). No duda en tildar a toda persona que guste de rozar sus brazos u hombros desnudos alguno ajeno, de sociópata. Cuando esto ha sucedido,  por accidente, da un salto y empieza a gritar improperios; es cómo ver a un chihuahua histérico. Ella con su metro y medio de estatura y sus 45 kilos, es un dolor de cabeza para cualquier transeúnte.

Era un domingo como cualquier otro, ella esperaba tranquila en la cola del supermercado. Hasta que una pobre mujer fue víctima del infortunio, rozó su mano derecha contra el brazo de mi madre. De todos los brazos del mundo, su mano tuvo que acariciar justo el de mi madre. Pude ver el momento en cámara lenta, el rostro de la que me trajo al mundo empezó a desfigurarse. El ataque era inminente, el horror estaba por manifestarse en breves segundos:

   - ¡¿Acaso no le da asco?! ¡¿No le importa que yo pueda tener alguna enfermedad?! No comprendo cómo no puede sentir asco – dirigiéndose a mí con una mirada cómplice y rascandose la piel desesperada.

    - Señora x: Cálmese. Pobre su marido - dijo en voz baja.

Al escuchar a la señora agredir a mi diminuta y descocada madre, un sentimiento de protección brotó naturalmente en mí. Entonces decidí intervenir:

    -  Para su información ella es divorciada (con voz justiciera)

La mujer lanzó una carcajada y dijo:

 -  Bueno, con razón. 

Mi mínima madre clavó sus ojos en los míos de manera determinante y susurró:

   -Nunca vuelvas a defenderme.