viernes, 3 de mayo de 2013

Acoso

Bendito sea a quien se le ocurrió eso de andar con música. Mientras camino y creo mi videoclip personal, tengo la afiebrada fantasía que la gente empezará a cantar y gracias a la fonomímica, podré cantar como Aretha Franklin o Adele (pensando en un referente contemporáneo).
Definitivamente, la música hace mi vida más tolerable. Mis oídos olvidan el sonido de las bocinas, subir a esos micros repletos de gente se hace más tolerable, lástima que el aliento de los que me rodean no mejora ni con la Sinfonía 5 de Beethoven; parece que algunos no se quieren quitar el sabor del desayuno y malograrlo con un poco de pasta dental.
Desgracia. Olvidé salir con mi protección sonora, esa que me hace invisible y aislarme del mundo real, la música. Cuando tengo los audífonos puedo darme el lujo de desconectarme del mundo y volverme insensible ante todo lo que me rodea. Enfrentar la realidad sin nada susurrándome un panorama mejor al oído. Salgo a las 8 de la mañana, desprotegida y expuesta. Un hombre cruza su mirada lasciva con mis ojos, se muerde los labios y de pronto ese sonido, como si sus pensamiento libidinosos tocaran una sartén y empezará a cocinarse algún piropo grosero producto de su anémica mente. En pocos segundos soy su “mamita” y quiere “hacerme cositas ricas”.
Siempre leo quejas masivas sobre el acoso en la calles. Francamente, puedo decir que me siento afortunada cuando sólo me dicen un “hola”. No obstante, creo que escribir sobre estos hombres y protestar no sirve de nada porque finalmente, jamás lo van a leer. Quizás lo lean muchos y se solidaricen pero de nada sirve si no empiezo a repartir cartas en los micros y en las construcciones que inicien con “QUERIDO AMIGO (ALBAÑIL/COBRADOR DE MICRO Y/O COMBI), POR FAVOR DEJA DE RECORDARME CONSTANTEMENTE QUE TENGO UN BUEN PAR DE CADERAS, QUE ME HARÍAS COSAS BIEN RICAS Y QUE SOY UNA REINA”.
Mi fastidio ya no se concentra en los “piropos” que una recibe en la calle. Hoy caminaba y un hombre físicamente desafortunado desafió el sonido, me miró a los ojos y me perturbo con un perfecto “hola” que ni un sordo hubiera podido ignorar. Creo que las mujeres perdonamos el acoso cuando viene de un hombre sumamente guapo, entonces no habría quejas. Se perdona el acoso pero se condena la fealdad.